Y ¿ahora qué? Qué hacer ante las crisis existenciales.
Hace unos días veía en Facebook un vídeo de los que se conocen como ‘virales’ y que acaban compartiéndose en los muros de todas las redes sociales. En pocas horas alcanza tal protagonismo que se convierte en un tema de conversación recurrente y actual. El video en cuestión trata de una chica de veintitantos que explica cómo se siente ante la vida con su edad y cómo se ha dado cuenta de que es ahora cuando tiene que empezar a tomar decisiones por su cuenta.
El sentimiento de los veintitantos
Me pareció un tema interesante, ya que hay un momento en el que todos llegamos a una especie de punto de inflexión en el que nos sentimos perdidos o desmotivados, sin saber bien hacia dónde mirar o dónde ir. Esto al principio se llamó crisis de los 50, luego de los 40 y ahora parece que también existe a los 20. Aquí no se libra nadie.
Desde mi punto de vista como psicóloga, la edad no es el factor clave. Da igual si acabas de entrar en el cuarto de siglo o a penas te quedan unos meses para llegar a los 40, simplemente te encuentras ante esa fase en tu vida en la cual te preguntas, ¿y ahora qué?
Pero también es cierto que no todos somos iguales. Quizá debido a como han trascurrido los acontecimientos en nuestras vidas, puede que este momento de reflexión llegue a los 56. Después de todo, tenías claro ‘lo que querías ser de mayor’, gozabas de cierta estabilidad laboral o de pareja y no necesitabas hacerte más preguntas… hasta ahora.
Esta “crisis” vale tanto para el adolescente preocupado por su futuro, el joven que no sabe si encontrara un empleo al terminar la universidad, el hombre al que ya no le motiva su puesto de trabajo, la madre cuyos hijos ya se han independizado, o el recién jubilado que no sabe qué hacer con tanto tiempo libre (aceptémoslo, la pesca nunca fue lo tuyo).
Es en este momento cuando nuestra habilidad para tomar decisiones y resolver problemas debe ponerse en marcha. La cuestión es que no siempre contamos con esta capacidad, o bien no sabemos cómo utilizarla. Queremos continuar nuestro camino en busca de ‘esa felicidad’ que ahora se ha visto truncada ante una pregunta inesperada, pero no sabemos muy bien por dónde empezar y esto nos causa preocupación, sufrimientos, ansiedad, estrés emocional…
Y es que nadie nos enseña a tomar decisiones, mejor dicho, nadie nos enseña a tomar buenas decisiones. Aprendemos a lo largo de nuestra vida de manera autodidacta, con la ayuda de nuestros familiares o amigos y ante las situaciones de nuestro día a día. Esto para algunos puede que sea suficiente y saben manejar y salir airosos de cualquier situación, otros sin embargo necesitan de una ayuda extra.
Es en este justo momento cuando entramos los psicólogos. Cuando un cliente llega a sesión con este tipo de cuestiones y después de evaluar bien su caso, se aplica una técnica llamada Terapia de Solución de Problemas (D’Zurilla y Goldfriend), ya sea como parte principal del tratamiento o como complemento a otras técnicas.
Esta técnica nos enseña a tomar decisiones eficaces para resolver cualquier situación que necesite una respuesta por nuestra parte. Se trata de un método muy útil, ya que se centra en analizar muy bien el problema y ver en qué falla la persona a la hora de tomar una decisión o resolver un conflicto. Si nos centramos en esta técnica, podemos distinguir tres errores que suelen cometer los “malos solucionadores”.
El primero de ellos, es la visión negativa que tienen sobre los problemas. Muchas personas no aceptan el hecho de que vivir es sinónimo de tener problemas, y de que estos los tenemos que ver como retos que nos ayudan a crecer como personas, a aprender y a mejorar.
Un mal solucionador de problemas se caracteriza por:
– Culparse por los problemas, es decir, piensa que si tiene un problema es por qué hay algo malo en él.
– Ver los problemas como grandes amenazas, exagerando sus perjuicios y catastrofizando las consecuencias.
– Cuando tiene un problema lo ve como algo irresoluble y además no se ve capaz de resolverlo, por lo tanto evita el problema, pensando qué “ya se resolverá” o busca a alguien que tome la decisión por él.
– Quiere una solución fácil, rápida e inmediata.
El segundo error es no saber reconocer las situaciones problemáticas con rapidez. Estas personas no se dan cuenta de que tienen un problema, pues no asocian el malestar, emociones o cogniciones negativas a que algo anda mal. No son capaces de reconocer una posible dificultad ante la que deben detenerse e intentar resolver.
Por último, el tercer error es el responder impulsivamente. Muchas personas cuando se sienten agobiadas por una situación problemática o tienen que tomar una decisión complicada, la resuelven sin pararse a pensarla lo suficiente o sin meditar todas las opciones posibles. Algo que les lleva muchas veces a tomar decisiones equivocadas.
Estos tres errores se convierten en objetivos en terapia, es decir, cuando uno aprende a solucionar problemas llega a comprender:
– Qué tener problemas es algo habitual, que todo el mundo los tiene y que se pueden encontrar buenas soluciones.
– A detectar los problemas con rapidez y a decidir la ocasión para solucionarlos.
– A centrarse en las expectativas de solución positivas y evitar preocupaciones improductivas.
– A maximizar los esfuerzos y la persistencia en vista de los obstáculos y del estrés emocional que puede provocar un problema.
– A minimizar la angustia emocional perjudicial y maximizar los estados emocionales positivos que facilitan la resolución de la situación.
Estas ideas y objetivos son solo una pequeña parte de lo que se trabaja con esta técnica. Además de esto, se aprende a definir bien el problema, ya que muchas veces la dificultad radica en que no sabemos exactamente qué queremos cambiar, pues no hay una frase clara y objetiva en nuestra cabeza que describa exactamente lo que nos pasa. A través de esta terapia también aprendemos a generar alternativas, esto nos ayuda a dejar de ver las cosas al 50% y poder contemplar todas las opciones posibles. No se trata de dejar o no a tu pareja, cambiar o no de trabajo, o comprarte un piso o no hacerlo. Nos dará pues la formación necesaria para tomar una buena decisión, evaluando todas las alternativas posibles y sus consecuencias desde distintos puntos de vista. Y por último, pondremos la decisión en marcha, eliminando todos los obstáculos que nos impidan hacerlo, y verificaremos que esta decisión es la correcta evaluando los resultados que produzca.
Una vez hecho todo esto, tendremos todas las destrezas necesarias para tomar una buena decisión y resolver este momento de incertidumbre. Además nos podremos apoyar en la técnica cada vez que necesitemos reflexionar sobre algún aspecto de nuestra vida que requiera un cambio importante y decisivo para lograr nuestros objetivos personales, laborales, sociales o económicos.
Si te decides a parar, pensar y reflexionar sobre tu ¿y ahora qué? pero te das cuenta de que no te sientes preparado para resolverlo, que no sabes cómo hacerlo o necesitas ayuda profesional, no dudes en acudir al psicólogo, ya que te puede dar las claves para resolver tu situación vital. Esta es solo una pequeñísima parte de una técnica, hay mucho más que te puede ayudar.
Por Lidia Donet Ramiro, Psicóloga.
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