Trastorno antisocial de la personalidad y abuso infantil
INTRODUCCIÓN |
Concepto de trastorno antisocial de la personalidad
Ciertas descripciones sobre algunos personajes históricos, como Nerón o Lucrecia Borgia, agrupaban muchos de los rasgos que actualmente integran el concepto de psicopatía. Las primeras descripciones clínicas de la psicopatía aparecen a lo largo del siglo XVIII; Pinel (1809) fue el primer autor que observó y documentó a cierto tipo de pacientes susceptibles de padecer lo que él llamó “locura sin delirio” (maniesansdélire); sin confusión de mente. Él pretendía describir aquellas personas que tenían un funcionamiento intelectual adecuado pero ejercían conductas que entraban en conflicto con las normas morales, sociales o legales, que sufrían misteriosos ataques de ira y no se sentían culpables de su comportamiento durante dichos ataques.
Dos décadas después, Pritchard (1835) introdujo el concepto de locura moral o moral insanity, que pretendía hacer referencia a una perversión patológica de los sentimientos, afectos y de la capacidad de acción, que llevaría al desprecio y la indiferencia hacia las normas y modos de vida de la sociedad (García, 2016).
Actualmente, según el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales DSM-5 (APA-2013), el trastorno antisocial de la personalidad se define de la siguiente manera:
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Polémica herencia-ambiente
Según los datos encontrados en la revisión escrita por Blazei, Iacono y Krueder en 2006, las tasas de personas con un trastorno antisocial de la personalidad van en aumento conforme más reciente sea la generación estudiada; lo que indica que hay una cantidad significativa de personas que suponen un riesgo para su propio bienestar y para el de los de su alrededor. Esto puede deberse a que en épocas anteriores no se estudió nada relacionado con las conductas antisociales, o a que la sociedad cada vez está más expuesta a un entorno seguro y ordenado. La tolerancia a ciertas situaciones ha disminuido y por tanto, éstas se convierten en factores de riesgo para adquirir el trastorno.
Independientemente de qué respuesta sea la correcta, ¿qué situaciones podrían conllevar al posterior desarrollo de un trastorno antisocial? Los factores de riesgo no se conocen bien; Blazei et al. (2006), mencionan algunos factores familiares (e.g., los conflictos maritales, el abuso físico o emocional, las negligencias físicas o emocionales y el abandono en la infancia) que se relacionan estrechamente con comportamientos antisociales en posteriores etapas de la vida. Sin embargo, no se puede establecer una relación de causalidad. Como las conductas antisociales tienden a ser parcialmente heredables, es difícil aclarar si dichos factores familiares son la causa del desarrollo del trastorno, o es la presencia del trastorno en la familia, lo que provoca dichas situaciones. De hecho, la mayoría de los estudios no distinguen entre la mediación genética y ambiental.
Los pocos estudios que sí que han intentado delimitar hasta qué punto la genética y el ambiente influyen en el desarrollo del trastorno, demuestran que el trastorno antisocial de la personalidad tiene un fuerte componente genético. De todos modos, no es suficiente para descartar la idea de que los responsables sean factores de riesgo, como el comportamiento de sus padres o alguna situación traumática fuera del núcleo familiar. Lykken en el 2000 estimó un aumento de siete veces en el riesgo de sufrir patologías antisociales en los niños criados sin padre (Blazei et al., 2006).
Lykken (2000) estimó un aumento de siete veces en el riesgo de sufrir patologías antisociales en los niños criados sin padre.
Por otro lado, cabe destacar que contra más temprano se exponga a la persona a esas situaciones, más persistentes serán los rasgos desadaptativos que componen el trastorno. En una investigación sobre cómo el daño psicológico en la infancia conduce al crimen, escrita por Tórrez (2013), explican que en la etapa de la infancia un sujeto es más susceptible a los 5 años, ya que está en pleno apogeo su desarrollo emocional y social, la construcción de su percepción de la realidad. Si el sujeto, en esa edad, es maltratado física o psicológicamente, se le crearía una distorsión, que provocaría tendencias antisociales. En el caso de que el comportamiento antisocial persista, la sociedad contribuirá en la composición de ese bucle de violencia, reprimiendo y agrediendo al sujeto, incrementando aún más la inestabilidad emocional que experimenta.
Como consecuencia, la persona empieza a aislarse, y desarrolla progresivamente carencias afectivas y desconfianza; cualidades que repercuten en etapas posteriores. Así, el recuerdo y las emociones experimentadas durante los abusos, se reprimen y se expresan después en forma de odio y de tendencia a coaccionar a los demás, engendrando un fuerte deseo de venganza; o bien, sustituyendo el recuerdo, lo que conllevaría un desajuste patológico que derivaría en una psicopatía. Dicho de otro modo, esa inestabilidad emocional se traduce, con el tiempo, en la realización de conductas disruptivas o desadaptativas, y como consecuencia, la sociedad abandona al individuo, alimentando más los rasgos propios del trastorno.
Por tanto, la mejor teoría hasta el momento es el interaccionismo entre el ambiente y la genética; contra antes se exponga a los daños psicológicos, más probabilidades de activar el gen. Rhee y Waldman (2002), a través de un meta-análisis, encontraron que los efectos genéticos y ambientales globales en una serie de comportamientos antisociales eran los siguientes: 32% de la varianza debido a la genética aditiva, 9% debido a la genética dominante, 16% ambiente compartido y 43% ambiente no compartido y errores de medición. (Blazei et al., 2006).
Una vez concienciados de la relevancia social que comporta la existencia de personas con carácter antisocial, se hace patente la importancia de conocer las causas o factores que provocan el desarrollo del trastorno. Asimismo, también se visbiliza la necesidad tanto de encontrar posibles intervenciones para disminuir el impacto de los rasgos antisociales, como de instruir a la sociedad para que no sea ella la creadora de sus propios enemigos.
Objetivos e hipótesis
En el presente trabajo trataremos de profundizar en la etiología del trastorno en cuestión, basándonos en la idea de que se produce a causa de abusos infantiles. Puesto que se han registrado una menor proporción de trastorno antisocial infantil que de adulto, tienen que haber variables que influyen en la posterior expresión de conductas desadaptativas; como la percepción de la realidad, responsable de las decisiones que tomamos, está muy influenciada por la estructuración emocional, nos guiaremos por la hipótesis de que una desregulación emocional profunda es la que media entre esos abusos y la posterior aparición del trastorno.
Para ello, analizaremos, por un lado, la magnitud en la que influye la personalidad de la madre, o los desórdenes mentales de la madre, en el posterior trastorno antisocial desarrollado por el niño. Por otro, investigaremos también qué factores son los que median entre el abuso infantil y el trastorno antisocial. Esto será posible apoyándonos en dos experimentos: uno llevado a cabo por Arghavaniana, Khanjanib y Poursharific en 2010, y el otro por Jennissen, Holl, Mai, Wolf y Barrow en 2016.
METODOLOGÍA DE LOS ESTUDIOS |
Primer experimento:
Participantes y procedimiento
Jennissen et al. (2016), crearon un modelo estructural que explicaba cómo una regulación emocional inadecuada mediaba entre el abuso infantil y una posterior psicopatología. A través de una encuesta transversal en línea, captaron 701 participantes, de entre 18 y 81 años (M=27,82; DT=9,94), con diversos antecedentes de psicopatología. Un 76’3% eran mujeres, un 23’4% varones y dos personas no indicaron su género. Dentro de estos porcentajes, la mayoría de los participantes eran ciudadanos alemanes (97,4%) con titulación general para ingresar a la universidad (54,9%) o un título universitario (32%). La mayoría de los participantes informaron haber ido a la universidad (67,9%), algunos eran trabajadores por cuenta propia o autónomos (13,9%), y sólo un pequeño número estaba en la escuela o en formación profesional (1,5%). El resto de los participantes cayeron en la categoría “otra ocupación” (16,5%). Alrededor de un cuarto de los participantes declaró tener un trastorno mental (26%), mientras que un tercero reveló un trastorno mental en el pasado (32,4%). Una proporción sustancial de participantes informó haber asistido actualmente a tratamientos psicoterapéuticos ambulatorios o de hospitalización (23%) o tener antecedentes de dicho tratamiento (64,3%).
Los participantes se reclutaron mediante publicidad de diversos medios (anuncios en universidades, correos a estudiantes y comunidades en línea para personas con trastornos mentales) y accedieron a las encuestas a través de una plataforma web donde los participantes recibieron información sobre el contenido de la encuesta y la seguridad de los datos, este método permitió tener una muestra más grande y heterogénea. A continuación completaron un breve cuestionario que evaluó el género, la edad, la ciudadanía, el nivel educativo, la ocupación, la situación actual o previa de un trastorno mental y la asistencia actual o anterior al tratamiento psicoterapéutico para pacientes hospitalizados o ambulatorios con una pregunta directa cada uno.
Instrumentos
Jennissen, et al. (2016), repartieron cuatro autoinformes entre los participantes del experimento para analizar la mediación. Primeramente, presentaron el Cuestionario de Trauma Infantil (CTQ), el cual consiste en un autoinforme de 28 ítems que evalúa la presencia y la gravedad de los aspectos del abuso y el abandono en una escala de 5 puntos. Este test proporciona una puntuación total para el maltrato infantil, a través de 5 subescalas que miden específicamente, abuso emocional, físico y sexual, y negligencia emocional y física, considerando que a mayor puntuación, mayor grado de maltrato infantil. Se estimaba abuso emocional si en la escala apropiada se obtenía una puntuación de 9 o más; abuso físico a partir de una puntuación de 8 en la escala conveniente; abuso sexual cuando se alcanzaba o superaba la puntuación de 6 en el conjunto de ítems pertinente. Había evidencias de negligencia emocional al obtener 10 o más puntos en dicha escala y negligencia física a partir de los 8 puntos en la subescala que la medía.
Por otro lado, utilizaron la Escala de Regulación de Dificultades en la Emoción (DERS), un autoinforme de 36 ítems que mide las dificultades de regulación de emociones de los individuos, con opciones de respuesta en escala de 5 puntos (siendo 1 “nunca” y 5 “siempre”). Este test proporciona una puntuación total de la desregulación emocional así como cuatro subescalas, siendo estas: la no aceptación de las respuestas emocionales, dificultad para participar en el comportamiento dirigido a las metas cuando está angustiado, conciencia de las emociones y el acceso limitado de las estrategias. Se considera que una mayor puntuación en la escala indica falta de regulación emocional.
En tercer lugar, administraron a los sujetos el Inventario Breve de Síntomas (BSI). Otro auto-informe de, esta vez, 53 ítems que examina la angustia psicológica en 9 dimensiones: somatización, obsesivo-compulsivo, sensibilidad interpersonal, depresión, ansiedad, hostilidad, ansiedad fóbica, paranoia idealización y psicoticismo. En dichas dimensiones, la puntuación más alta corresponde a una mayor angustia psicológica. Los participantes deben indicar la intensidad en la que experimentaron cada uno de los síntomas de la lista en una escala de 5 puntos, siendo 0 nunca y 4 muy frecuentemente.
Por último, se consideró para el experimento la Subescala de afecto negativo del Positivo y Negativo (PANAS). Un autoinforme de 20 ítems, que evalúa las distintas dimensiones del afecto positivo y negativo. En este test los encuestados deben indicar hasta qué punto han experimentado cada una de las emociones en una escala de 5 puntos (1-muy poco o nada; 5-mucho).
Segundo experimento:
Participantes y procedimiento
Arghavaniana et al. (2010), durante el 2008 realizaron una investigación sobre la relación existente entre el comportamiento desadaptativo de estudiantes de primaria y la personalidad de sus madres. En esta segunda investigación accedieron a diversas escuelas de Tabriz y localizaron a estudiantes con un trastorno de conducta. Su objetivo era estudiar si las madres de éstos presentaban alguna patología y cómo podría haber influido el tipo de educación recibida por ellas en el desarrollo de un trastorno antisocial de la personalidad. De este modo, también estudiarán las diferentes maneras en las que puede influir la genética y el ambiente en el posterior desarrollo de dicha patología.
Inicialmente, se eligió al azar a un grupo de estudiantes masculinos y femeninos a los que se les administró, junto con sus profesores, un inventario que les permitiera detectar a aquellos con algún tipo de trastorno de conducta; 300 fueron los alumnos identificados. Posteriormente, a las madres de estos alumnos, se les pasó un test de trastornos de la personalidad, el cual redujo el número de sujetos del estudio a 109 madres. A partir de aquí, se estudió el efecto genético y ambiental de la educación con madres con trastornos de la personalidad a través de un test (CBCL), contestado por los 109 hijos, que evalúa y diagnostica los problemas infantiles.
Instrumentos
Para la primera criba, se utilizó un test de desorden de la conducta de Rutter. La segunda selección se realizó a través del test Million Clinical Multiaxial Inventory III, el cual consiste en una escala de autoevaluación con 175 preguntas sí-no, administrado a las madres. Por último, se utilizó el “Child Behavior Checklist” (CBCL), el cual consta de una escala de conducta compuesta por 30 pruebas de observación sobre su comportamiento (puntuando cada prueba en una escala de 0 a 2). Este test pretende estudiar los problemas de comportamiento de los niños en la escuela, clasificándolos en normales o desadaptados según si la puntuación que tuvieran en el CBCL fuera mayor o menor a 9.
RESULTADOS |
Primer experimento
Con respecto a los resultado del primer experimento expuesto, llevado a cabo por Jennissen et al. (2016), cabe destacar los obtenidos de los participantes en el CTQ para, posteriormente, obtener estadísticos relevantes sobre los factores que llevan a la antisocialidad de un individuo.
De los 701 sujetos que participaron en el experimento, el 69,1% de ellos tuvo en su infancia algún tipo de maltrato de los que se mide en el CTQ. 287 individuos afirmaron experimentar algún tipo de abuso emocional. El abuso más común en la muestra fue el de abandono emocional, presentándose en un 43,5% de los sujetos que sí recibieron maltrato; el abuso físico fue sufrido por 132 sujetos, el abuso sexual por 158 personas en total y, por último, un 36,2% de los sujetos abusados estuvieron bajo una negligencia física.
Con los resultados obtenidos a partir del autoinforme del DERS, el CTQ y con el BSI, se ha buscado encontrar el grado de relación entre el maltrato infantil, la desregulación emocional y la psicopatología; además, el PANAS también ha sido útil para comprobar la relación de estos factores con el afecto negativo de los sujetos. Por una parte, destacar la fuerte relación entre maltrato infantil en todas sus subescalas y la desregulación, obteniendo una puntuación media de 0.6 en cada una de las correlaciones. Aún así, esta correlación se ve reducida a una puntuación más moderada, de 0,35, cuándo se controla el afecto negativo que se obtiene de los sujetos en el PANAS.
Se han obtenido también altas correlaciones significativas entre el maltrato infantil y el riesgo de psicopatología, con una media de 0,6; ésta se ve reducida como en el caso anterior cuando los sentimientos negativos se regulan en los sujetos, bajando a una puntuación de 0,37. Por otra parte, es importante remarcar la correlación obtenida entre la desregulación de la emoción y la psicopatología llegando al 0,70 y reduciéndose a una puntuación de 0,46 cuando los profesionales controlan el afecto negativo de los sujetos. Por último, es remarcable el hecho de la puntuación obtenida en la subescala de “acceso limitado a las estrategias de regulación emocional” del DERS fue la más alta en todo el estudio llegando al 0,73 mientras que en la subescala de “falta de conciencia de emociones” presentó la puntuación más baja de todos los predictores quedándose en un moderado 0,40. Además, cualquier tipo de maltrato se asocia fuertemente con la aparición o presencia de síntomas negativos como depresión, hostilidad o psicoticismo.
A causa de las fuertes asociaciones que se encontraron en el cálculo de las correlaciones, se profundizó en el estudio realizando un modelo de ecuación estructural (MES). El MES consiste en una técnica de análisis estadístico de regresiones y correlaciones a partir del cual se busca estimar y probar si la desregulación emocional, en efecto, tiene una relación causal y media la relación entre el maltrato infantil y la psicopatología posteriormente al control del afecto negativo.
Después de realizar las covarianzas para construir, estimar las variables latentes y ajustar los modelos obtenidos a partir del MES, se obtuvieron las siguientes estimaciones; una asociación moderada entre el maltrato infantil y la desregulación emocional, una asociación bastante alta entre el maltrato y la psicopatología y, al mismo tiempo, una fuerte relación de la desregulación emocional con la psicopatología. Además, el afecto negativo también correlacionó fuertemente y de manera positiva con cada uno de estos tres factores. Después de comprobar que los datos obtenidos fueron estadísticamente significativos, se consiguió afirmar a la desregulación emocional producida en los sujetos como gran mediadora de la relación entre el maltrato infantil y la posible psicopatología posterior como consecuencia. Se comprobó que los resultados eran muy similares independientemente del género y de la edad de los sujetos.
Por último, después de extraer algunos resultados de importante relevancia, se decidió comparar a las puntuaciones obtenidas en el CTQ y en el PANAS de los sujetos de la muestra con las puntuaciones de aquellas personas que no completaron toda la encuesta de Internet para formar parte del estudio. Con ello, se pudo ver una puntuación más significativa por parte de los participantes que no acabaron la encuesta virtual en el PANAS, indicando más afecto negativo – una media de 0,55 frente a 0,51 – y reportando también más puntuación respecto a vivencias de maltrato infantil – una media de 0,43 frente a 0,41 -.
Segundo experimento
Con respecto a los resultados del segundo experimento que se presenta en este informe, llevado a cabo por Zhila Arghavaniana, Zeynab Khanjanib, Harnid Poursharific (2010) encontramos los siguientes hallazgos.
Una vez pasado el CBCL de Rutter a los niños y niñas de la escuela y el Million Clinical Multiaxial al Inventory III a sus respectivas madres, se realizó un análisis de regresión para estimar cuáles son aquellos trastornos de la personalidad presentes en las madres de la muestra del estudio que predicen o influyen en el posterior desarrollo de un trastorno de conducta en sus hijos. Después de este análisis, se confirma que son cinco trastornos de la personalidad de la madre, específicamente los que influyen en los niños para desarrollarse en ellos un trastorno de conducta.
Con el análisis de varianza realizado se ha visto que las variables anticipantes del trastorno de conducta en los niños son las siguientes; el trastorno paranoide de la madre, el trastorno antisocial de la personalidad de la madre, el trastorno esquizotípico, el trastorno borderline y, por último, el trastorno dependiente de la madre. Los trastornos recientemente nombrados se encuentran en orden por la probabilidad de influir el trastorno de comportamiento antisocial de los hijos – 69%, 39,6%, 29,5%, 24,2% y 21,6% respectivamente -. Además, con la regresión se indica que los trastornos de la personalidad de la madre, los citados, predicen de forma moderada, con una probabilidad del 48,9%, el posterior trastorno de conducta antisocial de los niños.
Finalmente, el resultado obtenido se corroboró gracias a diversas pruebas T. Con ello, se pudo comprobar la eficiencia de los cinco trastornos de personalidad maternos citados como buenos indicadores para anticipar o producir en sus hijos problemas que deriven en comportamiento antisocial. Además, aunque la fiabilidad obtenida no llegue a ser del todo buena (0,6), sí que se ha confirmado que son cinco trastornos bastante significativos para considerarlos como variables influyentes para desarrollar rasgos de antisocialidad de los niños en su infancia.
LIMITACIONES |
En la investigación llevada a cabo por Jennissen et al. (2016), los datos se recogieron transversalmente y las inferencias causales entre la psicopatología, la regulación emocional y el maltrato infantil se basaron en consideraciones teóricas, lo que indica que se necesitan más estudios longitudinales que intenten apoyar desde otros puntos de vista las asociaciones entre dichos tres elementos.
En segundo lugar, cabe remarcar que todo el estudio se basó en auto-informes, por eso no queda exento de sesgos de memoria. Además, los participantes fueron conocidos a través de anuncios en múltiples plataformas, lo que podría conducir también a sesgos en la muestra. Y por último, como las encuestas virtuales conllevan el anonimato que ofrece internet, la gente muestra un comportamiento más desinhibido, haciendo que se juzgue su comparabilidad con los test de papel y lápiz.
Por lo que respecta a la investigación realizada por Arghavaniana, Khanjanib y Poursharific en 2010, la muestra era demasiado homogénea, por tanto no muy representativa, y los instrumentos eran escasos; se podría haber pasado más sobre lo mismo para apoyar los resultados, tanto a las madres como a sus hijos.
DISCUSIÓN |
Antes de valorar personalmente el trabajo realizado, es conveniente remarcar aspectos destacables extraídos a través de los dos experimentos. Por lo que respecta al experimento Procedia Social and Behavioural Sciences (2010), el dato más destacable e interesante es confirmar la importancia de la genética y la herencia entre los componentes de un familia, donde los trastornos de personalidad de los padres pueden producir una predisposición o propensión a que su hijo sufra el mismo trastorno o presente determinados rasgos y conductas.
Además, gracias a este experimento se han podido deteminar cinco trastornos de la personalidad específicos que actúan como variables anticipantes bastante fuertes para producir un comportamiento antisocial en el niño. Entre estos cinco trastornos, se incluye el trastorno antisocial de la personalidad, además del trastorno límite de personalidad, los trastornos esquizotípico y paranode de la personalidad y, por último, el trastorno borderline. Por tanto, algo que queda claro es la necesidad de controlar trastornos de personalidad en los padres cuándo se muestren conductas antisociales en sus hijos; de esta manera, se puede modificar y controlar a tiempo la situación para que el ambiente no facilite la aparición de un trastorno antisocial de la personalidad.
Los trastornos antisocial, límite, esquizotípico, paranoide y borderline en los padres fomentan un trastorno antisocial de la personalidad en sus hijos.
Por otra parte, respecto al experimento sobre la desregulación emocional y el maltrato infantil, un dato destacable es la reducción en puntuaciones de desregulación emocional y psicopatología en cuanto el afecto negativo es controlado por los clínicos. Esto apoya la idea de que la terapia con pacientes con trastornos de conducta antisocial podría ser efectiva, sobre todo controlando el afecto negativo producido a raíz de cualquier tipo de maltrato.
De hecho, superando la situación de maltrato mediante un tratamiento psicológico, los sujetos podrían acabar llevando una vida más adaptativa y pacífica, apartando de ellos los rasgos y comportamientos antisociales. Por ejemplo, en el experimento realizado por Jennissen et al. (2016), se explica una intervención grupal que educa y orienta a los pacientes para que aprendan a realizar distintas estrategias de regulación emocional. Esta intervención se denomina ITEC y ya se ha demostrado su efectividad en sujetos con conductas antisociales.
Este experimento tiene como objetivo principal profundizar sobre los estudios que hablan sobre la desregulación emocional como mediadora entre el maltrato infantil y la psicopatología posterior. Después de obtener las puntuaciones, en este caso también se confirma la idea de que la desregulación emocional, en efecto, es una mecanismo que media la relación entre maltrato y psicopatología. Por tanto, hay que tener en cuenta lo importante que sería ayudar a regular las emociones a aquellos individuos que estén pasando por una situación de maltrato para que no desembocara en una psicopatología severa.
CONCLUSIÓN |
El abuso en la infancia es uno de los factores más estudiados por el efecto que produce en las víctimas incrementando, entre otras muchas cosas, la probabilidad y el riesgo de acabar con un trastorno antisocial o cualquier otro trastorno de la personalidad. Un dato bastante estudiado y confirmado es la transmisión tanto genética como ambiental de las conductas antisociales y desadaptativas. No obstante, algunos estudios han decidido ir más allá para entender cómo puede afectar de manera genética el trastorno antisocial de la personalidad del padre. En ellos, se ha encontrado una clara asociación entre la herencia y el abuso infantil.
Caspi et al. (2002) aportaron un gran estudio sobre la interacción genética-ambiente, relacionando las vivencias de abuso infantil con un genotipo específico encontrado en diversos sujetos con comportamiento antisocial y marcados por una historia de maltrato en la infancia. La enzima mono oxidasa A – MAOA – parece que realiza una alta actividad en sujetos con trastorno antisocial de la personalidad descomponiendo neurotransmisores como la dopamina o la serotonina (Blazei et al., 2006). Finalmente, la regulación emocional de dichos sujetos puede verse deteriorada y aumentar así la probabilidad de que la situación termine en una psicopatología para ellos. Sería interesante seguir estudiando el gen MAOA para ampliar información y ver si se puede controlar la antisocialidad a partir de la regulación o la disminución de la actividad de este enzima.
La enzima mono oxidasa A – MAOA – parece que realiza una alta actividad en sujetos con trastorno antisocial de la personalidad descomponiendo neurotransmisores como la dopamina o la serotonina
A parte del abuso producido en la infancia, uno de los aspectos más relevantes relacionado con el trastorno antisocial de la personalidad es la manera en que el ambiente y la genética influyen en la infancia de un individuo, para que éste acabe desarrollando un trastorno de conducta. Hay una fuerte carga del componente genético que se encuentra en en este tipo de trastornos y, además, se conocen más factores de riesgo a parte del tipo de vínculo entre la madre y el niño. Estos son el divorcio, una economía pobre de la familia, una crianza desadaptativa con negligencias o algún tipo de abuso o juntarse con personas en clase con un trastorno antisocial de la personalidad.
Estos factores contribuyen a la creación de un carácter frágil al ser educados con muchas prohibiciones, o con ciertas creencias que inhiben la formación de carácter o, por el contrario, refuerzan comportamientos que transgreden las normas sociales. A partir de estos factores se comienzan a generar jóvenes con problemas emocionales, que llegan a recrear en ellos una especie de rebeldía o aislamiento, y que aumenta las probabilidades de delinquir (Tórrez, 2013).
A pesar de ello, son muy pocos los estudios que han buscado medir con exactitud en qué grado influye la herencia y el ambiente para incrementar las posibilidades de sufrir este trastorno. El estudio realizado por Blazei et al. (2006), destaca la importancia de aumentar los conocimientos sobre la tendencia a comportamientos agresivos y antisociales, a través de estudios de gemelos y estudios sobre adopción. La razón por la cual es relevante seguir realizando estudios con este tipo de sujetos es por la claridad en que muestran tanto la influencia ambiental como la genética para el desarrollo de un comportamiento antisocial.
Además, gracias a estos estudios se ha demostrado que la edad de inicio en la que se empieza a producir el trastorno antisocial de la personalidad es un factor muy importante a tener en cuenta. Parece ser que aquellos niños que inician sus comportamientos de manera temprana se encuentran bajo una fuerte influencia genética. En cambio, aquellas personas que empiezan a mostrar conductas antisociales en la etapa de la adolescencia parecen encontrarse bajo una mayor influencia ambiental. Tiene bastante sentido, ya que, como explica Tórrez (2013), cuando un niño o una niña son muy pequeños están mayormente rodeados de la familia; una vez iniciada la adolescencia se empieza a interactuar más con el ambiente, ya sea por compañías, por probar determinadas sustancias, etc.
Realizar este trabajo ha sido gratificante en muchos aspectos. No sólo hemos consolidado aspectos de gran interés para el estudio y el seguimiento de personas con trastorno antisocial de la personalidad, sino que nos ha ayudado a entenderlas mucho mejor. Aún así, pensamos que es un tema al que le falta más profundización ya que, aunque hay bastantes estudios sobre antisocialidad, en la mayoría generalizan hablando de muchos trastornos en vez de centrarse más en uno específico para cada estudio. Además, a pesar de la abundante cantidad de estudios que describen y explican los trastornos, muy pocos se centran en posibles intervenciones para el trastorno antisocial.
REFERENCIAS |
Arghavaniana, Z., Khanjanib, Z. y Poursharific, H. (2010). “Relationship between Tabriz elementary students’ mothers’ personality disorders and antisocial behavioural disorder of children in 2008-2009.” Procedia Social and Behavioural Sciences, 9 (1955-1959). Doi: https://doi.org/10.1016/j.sbspro.2010.12.429
Blazei, R. W., Iacono, W. G, Krueder, R. F. (2006), Intergenerational transmission of antisocial behaviour: How do kids become antisocial adults? Departamento de Psicología, Universidad de Minnesota, N218, Elliot Hall, 75 East River Road, Minneapolis, MN 55455, EEUU. Doi: http://dx.doi.org/10.1016/j.appsy.2006.07.001
Bobes, T., Suárez, P., López, P., Bagney, A. y Baeza, I. (2014) Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos mentales. 5ª Edición. American Psychiatric Association. Ed. Médica Panamericana.X
Caspi, A., McClay, J., Moffitt, T. E., Mill, J., Martin, J., Craig, I. W., et al. (2002). “Role of genotype in the cycle of violence in maltreated children.” Science, 297(5582), 851–854.
García, S. (2016). “El comportamiento antisocial sin relevancia clínica: propiedades psicométricas del Youth Psychopathic Traits Inventory (YPI) en un estudio piloto.” International e-Journal of Criminal Science, 10 (1988-7949). www.ehu.es/inecs
Jennissen, S., Holl, J., Mai, H., Wolff, S. y Barno, S. (2016) “Emotion dysregulation mediates the relationship between child maltreatment and psychopathology: A structural equation model.” Child Abuse and Neglect, 62 (pages 51-62). Doi: http://dx.doi.org/10.1016/j.chiabu.2016.10.015
Lykken, D. T. (2000). “The causes and costs of crime and a controversial cure”. Journal of Personality, 68, 559–605.
Pinel, P. (1809). Traité médico-philosophique de l’aliénation mentale. Paris: Brosson.
Prichard J. C. (1835) A treatise on insanity and other disorders affecting the mind. London, UK: Sherwood, Gilpert & Piper.
Rhee, S. H., & Waldman, I. D. (2002). “Genetic and environmental influences on antisocial behavior: A meta-analysis of twin and adoption studies.” Psychological Bulletin, 128(3), 490–529
Tórrez Pinto, E. T. (2013), Daño psicológico en la infancia, un camino inconsciente al crimen. http://somecrimnl.es.tl/
Silvia Roche García, colaboradora del centro de Psicología, Calma Al Mar, en Valencia.
José Julián Jaén Escura
Àngela Moltó Ferrer
(2017)
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Hola!
Solo queria hacer mencion a la tecnologia, la verdad es que es duro, pero considero que nosotros mismos estamos lapidando esta sociedad tal y como la conocemos
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