La respuesta de estrés
La respuesta de estrés puede ser provocada simplemente por prevención. Es adaptativo cuando es normal y natural. Pero cuando se convierte en algo crónico, o pensamos erróneamente que podemos pasar por un desequilibrio interno, es cuando aparece la ansiedad, la neurosis y la paranoia. Nos convencemos de que el estado de alerta debe estar siempre activo, y después de la ansiedad aparecerá la depresión. El estrés psicológico aumenta al no deshacernos de la frustración, no tener apoyo social ni sentimiento de control de las situaciones.
La ansiedad tiene efectos en el sistema límbico, relacionado con la emoción. La estructura afectada es la amígdala, que interviene en la percepción de los estímulos que nos dan miedo y en la reacción de ese miedo. Ésta recibe señales de la corteza, donde se realizan la mayoría de los procesamientos de alto nivel. Recibe información sensorial o abstracta, incluso información sensorial que no pasa por la cabeza. La amígdala se relaciona con otras partes cerebrales a través del neurotransmisor CRH, enviando neuronas a las partes más antiguas del cerebro medio y el tallo cerebral. Controlan el sistema nervioso autónomo, las partes del cuerpo en las que no tenemos control consciente.
Las glándulas suprarrenales segregan adrenalina cuando una amenaza activa la amígdala, lo que hace que aumente el ritmo cardíaco, la respiración se acelera y los sentidos se agudizan. También manda información a la corteza para hacer juicios sobre la información que nos llega y actuar en consecuencia, y envía proyecciones a las cortezas sensoriales que hace que luego al recordarlo sea tan vívido.
Por otro lado, participa en la memoria. Los recuerdos se realizan cuando las neuronas se comunican repetidas veces entre sí, y en cada comunicación se libera mensajeros químicos que van mediante la sinapsis a los espacios interneuronales. En las ratas, se forma LTP en la amígdala. Cuando están en una situación estresante se desencadenan disparos neuronales en ésta, y se establecen nuevas conexiones.
Cuando estamos ante un estrés intenso se puede dañar el hipocampo, y al mismo tiempo que la creación de nuevas ramas neuronales y la intensificación de LTP facilitan la memoria implícita en la amígdala, el daño del hipocampo impide la consolidación de un recuerdo consciente y explicito del suceso. Entonces tendríamos acceso a la información preconsciente pero no la consciente, lo que nos puede generar ansiedad. Cuando la amígdala percibe el estrés segrega adrenalina y glucocorticoides. Estos últimos activan el locus coerulios que proyecta activación a la amígdala. Ésta envía más CRH, y se segregan más glucocorticoides.
Existen varias terapias parafarmacológicas para mitigar la ansiedad, como la sustancia P, que es un compuesto liberado durante la sensación de dolor y el estrés. Bloqueando esta sustancia se podría prevenir la ansiedad y la depresión, pero no es seguro. Bloqueando la hormona liberadora de corticortropina también se podría prevenir. Por otro lado, inyectando BDNF (factor neurotrofico derivado del cerebro) se pueden formar nuevas células nerviosas y contrarrestar los efectos de los glucocorticoides sobre el hipocampo. Por último está la terapia génica donde se introducen genes nuevos en regiones específicas.
Cuando estás en estado de depresión profunda tienes sensación de desamparo, desesperanza y agotamiento. Existen pruebas a favor de que la depresión y el estrés crónico estén relacionados. Ambos experimentan una sensación de pérdida de control y capacidad de predicción, después del estrés suelen aparecer los síntomas depresivos. Por último, el tratamiento con hormonas glucocorticoides de la artritis reumática y otras puede conducir a la depresión. El estrés provoca depresión porque la exposición prolongada a hormonas glucocorticoides rebaja los niveles de noradrenalina en las neuronas del locus coeroleus. Si el estrés persiste, disminuyen los niveles de serotonina y el número de receptores de ésta en la corteza frontal. Además, el estrés afecta a la dopamina que es esencial para el placer.
Hay relación entre la ansiedad y la depresión, ya que en ambas hay excitación autónoma prolongada. La depresión es pura apatía y en la ansiedad encontramos actitudes de lucha o de fuga. La depresión es algo que se lleva interiorizado.
En cuanto a la memoria, el estrés dificulta la capacidad para aprender y recordar, porque las neuronas del hipocampo se pueden atrofiar. Se puede llegar a impedir el desarrollo de neuronas nuevas. Si hablamos de la depresión, degenera la memoria declarativa y hace que el hipocampo disminuya su tamaño.
Por último, la genética tiene un papel fundamental porque puede afectar a la vulnerabilidad, a la forma que tenemos de reaccionar y como nos recuperamos de la situación. También es fundamental la experiencia que tenemos sobre la vida.
Noelia Rodríguez. Psicóloga Jurídica y perito Forense.
Colaboradora del Centro de Psicología: Psicología
Calma al Mar, en Valencia