De dónde surge una fobia, para dummies.
El miedo es la emoción más importante de cara a tu supervivencia. Si no tuvieses esa emoción estarías ya muerto. Así de claro te lo digo.
Por lo tanto, el miedo es una emoción buena. En la mayor parte de las situaciones, surge por un proceso de imitación, en función de la reacción que ves de otras personas que experimentan miedo cuando se presentan esas situaciones.
Desde niño, no puedes permitirte el tener que experimentar un contacto directo con cada una de las cosas que pueden hacerte daño para aprender que tienes que alejarte de ellas. Hay determinadas cosas que con un solo primer contacto te matarían.
Piensa qué podría pasar si te atropellase un coche mientras cruzas la calle, o si metes las bombillas del árbol de Navidad en la boca. Es por ello por lo que tu cerebro necesita aprender rapidísimo de la explosión emocional que ves en las personas de tu entorno cuando te metes en estas dos situaciones, u otras peligrosas.
Lo normal sería que alguno de tus padres se asusten, e incluso lleguen a chillarte y sacarte de esa situación de manera brusca, contundente y agresiva. No tardarías mucho en morir si tu entorno es demasiado calmado y usan palabras dóciles del tipo “cariño, apártate por favor del medio de la carretera cuando puedas, porque si no lo haces ese coche que está viniendo a toda velocidad hacia ti, puede que al pobre conductor no le dé tiempo a parar a tiempo y te envista. Y, claro, si lo hace sería un disgusto para todos, así que muévete un poco hacia la acera, ¿vale?”.
Aprender a generar miedo te protege. Sin embargo, en una de cada diez personas este aprendizaje emocional ha sido fuertemente desarrollado ante elementos que no tienen la capacidad de causarte un daño real. Es ahí cuando surgen las fobias.
Las fobias son aprendizajes de reacciones emocionales de evitación ante estímulos que no es necesario realmente evitar porque la probabilidad de que te lleguen a hacer daño es estadísticamente muy baja, o nula.
Es por ello por lo que las personas con una fobia no se sienten normalmente comprendidas por los demás, dado que otras personas consideran que esta reacción es ilógica y piensan que sería sumamente fácil de dejar de tener miedo si el fóbico hiciese al menos un pequeño esfuerzo. En algunas ocasiones se juzga a las personas fóbicas como “exagerados”, “caprichosos”, o “con ganas de llamar la atención”.
Lo cierto es que un fóbico experimenta la misma sensación en presencia de aquello que le genera fobia, que la que puedes experimentar tú si introducen una bala en la recámara de un revólver, y alguien te apunta con él sin saber si va a dispararlo o no.
La reacción de miedo es inmediata y muy elevada. El ritmo cardíaco sube rápidamente y se genera lo que en psicología llamamos una respuesta de lucha o huida. Es decir, el cuerpo se prepara a tope para llevar a cabo una acción intensa.
Lukas Pezawas, psiquiatra experto en reacciones de miedo e investigador en la Universidad de Viena, observó que, a nivel cerebral, aquella información de cosas que vemos que podrían ser peligrosas, va a parar a una parte del cerebro llamada tálamo. Del tálamo salen dos vías de comunicación. La más rápida va a parar a otra zona llamada la amígdala que es la máxima responsable de generar que eches a correr si aquello que ves te puede generar un peligro. Luego hay otra vía de comunicación algo más lenta que es la que va a parar al cíngulo y la corteza cerebral. Aquí se analiza con calma la información. Si el cíngulo y la corteza procesan la información y sacan la conclusión de que realmente no hay ningún peligro, envían un mensaje a la amígdala dicíendole: “Oye, tranqui que no pasa nada. No te pongas así que es una falsa alarma”. Fruto de este análisis superior, la reacción de alarma que se estaba creando se desactiva.
Lukas Pezawas vio que en algunas personas la amígdala está hiperactiva y a pesar de los mensajes del cíngulo y la corteza, no desactiva la respuesta de miedo creada con la información asustadiza que recibió del tálamo. Por lo tanto, una persona con fobia a las cucarachas, por ejemplo, puede tener un razonamiento creado por el cíngulo y la corteza del modo que piense: “ya sé que no es para tanto, que por ver una cucaracha no tengo por qué ponerme así de tensa. Sé que este bicho no me puede hacer nada”. Sin embargo la amígdala activada a tope hace que esa persona diga: “pero aun así, no lo puedo evitar. Estoy aterrada. Necesito huir de aquí. No puedo ver esa cucaracha cerca”.
Por lo tanto, las fobias provienen de un aprendizaje de una respuesta emocional de miedo recibido del entorno, sumado a un déficit en la inhibición que el cíngulo y la corteza tendrían que ejercer sobre la amígdala, desactivando su respuesta de miedo tras analizar que tu cuerpo no se está exponiendo en ese momento a nada peligroso. Sin embargo, el cíngulo y la corteza no consiguen generar esta inhibición.
La terapia que llevamos a cabo los psicólogos expertos en el tratamiento de fobias consigue, mediante un proceso de aprendizaje, reforzar la inhibición que ejerce el cíngulo y la corteza sobre la amígdala. Estos nuevos canales comunicativos más anchos son autopistas de información que trasladan eficazcmente la desativación de la respuesta de miedo desde el cíngulo y la corteza hasta la amígdala.
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Psicólogo con consulta clínica privada y profesor de Psicología Clínica en el Instituto Europeo de Formación de Formadores. Director del Máster de Psicología Clínica de la AEPCCC en Valencia. Responsable del consultorio psicológico del periódico Las Provincias. Asesor de psicólogos sanitarios para la Agencia de Publicidad AMA.
E-mail: Fernando@cop.es
Twitter: @Psicoteca
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