El Perdón
Rencor, resentimiento, sentimientos que se instalan en nosotros tras una situación dolorosa del pasado no resuelta. Su recuerdo perdura a través del tiempo y continúa generando sufrimiento en la víctima. Es la respuesta a una ofensa del pasado, es un sentimiento dirigido hacia alguien concreto al que consideramos autor intencional del daño. Un dolor antiguo y rancio que se perpetúa.
Cuando esto sucede, la víctima crea un vínculo con el agresor a través del tiempo, vive en el pasado reviviendo el episodio, haciéndolo presente. Paradójicamente, para ello no es necesario que el agresor siga formando parte de nuestras vidas, incluso a veces la persona ha fallecido. En otras ocasiones guardamos rencor a personas que nos dañaron hace tiempo y han olvidado el episodio, aunque nosotros no lo hayamos hecho porque el dolor lo ha mantenido vivo. Esto nos da una medida de hasta qué punto el perdón es algo que tenemos que resolver con nosotros mismos y nadie más.
Vivir en el rencor, en el resentimiento, en el deseo del mal ajeno, elucubrando futuras venganzas, deseando que la persona tenga su escarmiento, es un intento de dejar el papel de víctima pasiva dañada y pasar al de activa justiciera. Sin embargo esto no hace más que perpetuar y agrandar el dolor, seguiremos siendo la víctima mientras nos mantengamos en el conflicto.
Todos tenemos en la memoria casos de agresiones espeluznantes en las que la víctima, a pesar de haber sufrido secuelas imborrables, ha tenido, llegado el momento, la grandeza de perdonar al agresor. En un heroico acto de amor, se desprenden para siempre de ese vínculo insano: te perdono, ya no te deseo ningún mal, ya no formas parte de mi vida. No quiere decir: te entiendo, comprendo tu comportamiento o lo he olvidado, sencillamente es ya no me importas más, ya no me duele. Es una decisión personal, el mejor regalo que se puede hacer la persona a sí misma. No requiere de arrepentimiento por parte del agresor o comprensión de la conducta (aunque estos factores pueden hacerlo más fácil), en el momento en el que el corazón está preparado para desprenderse de este dolor, ocurre.
Los caminos del perdón son inescrutables, pero podemos ponernos en una actitud de apertura hacia él facilitando que suceda. Perdonando alejamos el mal de nuestro interior: evitar las suspicacias y el egocentrismo; expresar el dolor; fomentar la compasión; preguntarnos qué nos reporta este sentimiento; encontrar al fin cada uno sus razones personales, pero vivir por lo menos con la intención de darnos ese regalo de perdonar para caminar más ligeros.
Raquel Cabrera, Psicóloga Colaboradora en Centro de Psicología Sanitaria en Valencia.
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